Canarias

HOY SE CUMPLEN CUATRO AÑOS DEL TAJOGAITE.

Candelaria, a 19 de septiembre de 2025.- un aire espeso, cargado de presagios. La tierra temblaba con una inquietud inusual, y desde las profundidades llegaban ruidos estremecedores, como el choque de piedras gigantes. El suspense geológico se rompió a las 15:10 horas de aquel 19 de septiembre de 2021. En la dorsal de Cumbre Vieja, una grieta se abrió para vomitar una llamarada de fuego y roca fundida. Al principio, el hipnótico espectáculo de la naturaleza escondía la magnitud de la tragedia. Bajo ese fenómeno, comenzaba a avanzar una colada imparable que, durante 85 largos días, arrasaría más de 1.200 hectáreas, sepultaría un millar de hogares y cambiaría para siempre la vida de miles de familias.

Hoy, cuatro años después, la efeméride no es solo un ejercicio de memoria; es una obligación de mirar y reflexionar. Mirar dónde vivimos. Estas son islas volcánicas, tierras nacidas de furias como la del volcán Tajogaite —nombre que adoptó de la montaña que lo vio nacer—, cuya esencia es tan creadora como destructora. La pregunta que flota en el aire palmero, y en todo el archipiélago, es clara: ¿qué hemos aprendido? ¿Puede volverse alguna vez a una normalidad que, cuando la tierra estalla, queda hecha añicos?

La historia, maestra testaruda, ya nos había dado lecciones similares. Ahí está Garachico, glorioso en su adversidad. Hoy es un pueblo pintoresco, un imán turístico cuya belleza está tallada por la lava. Pero en 1706, el volcán Trevejo arrasó uno de los puertos más importantes y prósperos de Canarias, el motor económico de toda una época. La isla de Tenerife tuvo que reorientar por completo su economía. La Palma vive ahora su propio proceso de reconversión, un camino lento y doloroso hacia una nueva normalidad donde el recuerdo de lo perdido convive con la fuerza para levantar algo nuevo.

La furia del Tajogaite es por naturaleza. Es el recordatorio brutal de las fuerzas que nos rodean. Pero recuperarse de ella no es responsabilidad del volcán, sino «la del ser humano y la sociedad». Es el desafío de las instituciones en la agilización de las ayudas y la reconstrucción de infraestructuras. Es el reto de la comunidad científica en la mejora de la predicción. Es la tarea de una sociedad que debe aprender a convivir con la memoria del riesgo, integrando la gestión del territorio y la planificación urbanística como escudos frente a la futura, e inevitable, ira de la tierra.

Cuatro años después, las cicatrices de La Palma siguen visibles. Algunas, en el paisaje lunar de la colada. Otras, más profundas, en el alma de quienes lo perdieron todo y fueron desplazados. El legado del Tajogaite es una lección de humildad frente a la naturaleza y un urgente llamado a la responsabilidad. Porque en Canarias, el suelo que pisamos puede recordarnos, en cualquier momento, quién manda realmente.

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